Entre sus brazos (Narrado por ella)

Nunca imaginé que una noche cualquiera podría volverse tan… inolvidable.

Todo comenzó con una copa de vino, luego otra, y después otra más. Estaba en casa de Leo, mi mejor amigo desde hace años. Siempre hubo una química extraña entre nosotros, una tensión que nunca nos atrevimos a explorar… hasta esa noche. Él y su amigo Esteban, recién llegado de viaje, me invitaron a una cena improvisada. El vino corría, las risas no faltaban y la música suave de fondo parecía cómplice de algo que aún no sabía que estaba por pasar.

Esteban era moreno, alto, con una mirada intensa que me hacía desviar los ojos cada vez que me los clavaba. Su voz era grave, con ese acento costeño que se te cuela entre las piernas, y sus dedos jugaban con el borde de su copa como si fuera mi piel. Leo, por otro lado, era el fuego familiar, el que ya conocía mis gestos, mis silencios, mis ganas contenidas. Esa noche estaban diferentes… más atentos, más presentes… más hombres.

La conversación subió de tono entre bromas picantes y miradas largas. Me reí nerviosa cuando Leo comentó que “si yo fuera su novia, no me dejaría salir sola ni a comprar pan”. Esteban remató diciendo que, si yo fuera suya, estaría “encerrada entre sus sábanas todo el fin de semana”.

Me mordí el labio. Sentí un calor recorrerme el vientre. Algo en mí despertó. Una parte juguetona, hambrienta, quizás reprimida por demasiado tiempo. Y ellos lo notaron. Mis mejillas se tiñeron de rojo, pero mis ojos ya no se escondían. Quería jugar.

—¿Y si dejamos de hablar tanto? —dije bajito, mientras me ponía de pie y me acercaba a Leo, sentándome sobre sus piernas con una sonrisa atrevida—. ¿O es que solo son palabras?

El ambiente se volvió denso, caliente. Sentí la mano de Leo en mi cintura, firme, segura. Esteban se levantó lentamente, se acercó por detrás y sus dedos comenzaron a acariciar mi cuello con una suavidad que me erizó toda la piel. Cerré los ojos. Respiré profundo. Era irreal… pero tan excitante.

Leo me besó primero, con la fuerza de los años contenidos, mientras Esteban deslizaba sus labios por mi hombro, bajando lentamente los tirantes de mi blusa. Mis pezones se endurecieron en segundos. Uno se hizo dueño de mi boca, el otro de mi espalda. Mis manos buscaban, acariciaban, descubrían texturas, músculos, intenciones.

Me quitaron la ropa con una paciencia deliciosa. Cada prenda era un regalo que abrían con devoción. Me sentía adorada. Cuando quedé desnuda entre ambos, me recostaron en el sofá, como una reina dispuesta a ser venerada. Esteban se arrodilló frente a mí y comenzó a besar mis muslos con lentitud, acercándose peligrosamente a mi centro. Leo me besaba los pechos con ansias, jugando con su lengua, pellizcando con suavidad mis pezones que ya pedían tregua.

Y entonces, el primer gemido escapó de mis labios cuando sentí a Esteban probarme. Oh, Dios… sabía lo que hacía. Su lengua me abría lentamente, jugaba con mis labios, con mi clítoris, con mi voluntad. Leo me tomaba de la mano, y con la otra me masturbaba suavemente, su dedo acariciando el punto exacto mientras me miraba directo a los ojos.

—Estás hermosa así… abierta para nosotros —susurró.

No podía hablar, solo gemir. Estaba tan mojada que sus dedos se deslizaban como si mi cuerpo los estuviera llamando. Esteban no se detenía, sabía cuándo presionar, cuándo lamer más lento. Me estremecía una y otra vez. Mi primer orgasmo llegó en una ola que me hizo arquear la espalda, jadeando, gritando sin pudor.

Y ahí no terminó.

Me giraron, me pusieron de rodillas en el sofá. Sentí la punta del pene de Leo en mi entrada, tan duro y caliente que me hizo suspirar. Me penetró con firmeza, marcando el ritmo, mientras Esteban se puso frente a mí. Lo tomé con la boca, húmeda, ansiosa, hambrienta. Tenía una erección imponente. Cada embestida de Leo me empujaba hacia Esteban, y cada vez lo tenía más profundo en mi boca.

Era salvaje, era divino, era placer sin freno.

Mi cuerpo se rendía, se entregaba, gritaba de felicidad. Me llenaban por todos lados. Me adoraban. Me respetaban. Me follaban con pasión y ternura. Mis orgasmos se acumulaban uno tras otro. Sentía mis piernas temblar, mi garganta ronca, mi cuerpo empapado.

—Quiero sentirlos juntos —les dije, entre suspiros.

Me levantaron, me recostaron en la alfombra, Esteban detrás de mí, Leo sobre mí. Me besaban al mismo tiempo, se turnaban para complacerme, para explorarme, para enloquecerme. Uno me llenaba mientras el otro me susurraba obscenidades al oído. Me sentía deseada, poderosa, divina.

El clímax llegó con una fuerza indescriptible. Gemí sus nombres, me aferré a sus cuerpos, los sentí venirse conmigo, como una sinfonía final que rompió todos los límites. Quedamos rendidos, piel con piel, sin palabras.

La madrugada nos encontró desnudos, riendo, abrazados. Y mientras jugaban con mi cabello y se acariciaban entre sí, supe que esa no sería la última vez.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll to Top