Entre líneas y caricias

Lo invitó a pasar como quien no espera nada, pero desea todo. Él llegó con un libro bajo el brazo, uno que habían estado leyendo juntos en llamadas nocturnas llenas de pausas largas y silencios cargados. Era solo un pretexto, lo sabían los dos. En cuanto la puerta se cerró detrás de él, el aire cambió. Ya no eran palabras, eran presencias. Y las presencias, cuando se desean, hablan más fuerte que cualquier voz.

Ella le ofreció vino y se sentaron en el sofá. Intentaron leer, pero no pasaron del primer párrafo. Las palabras se enredaban en su mente igual que las ganas se enredaban en el ambiente. Ella leyó en voz alta, despacio, como si cada frase se deshiciera en su boca. Él no la escuchaba del todo. La miraba. Y en su mirada ya le quitaba la ropa con una ternura que quemaba.

El primer roce fue un accidente planeado. Sus dedos tocaron los de ella al pasarle la copa, y se quedaron ahí un segundo más de lo necesario. Después fue la rodilla, luego la cadera, luego el cuello. Y en menos de lo que dura un verso bien leído, ya la estaba besando. Con una mezcla perfecta de cuidado y deseo, como si temiera romperla… o rendirse por completo.

Ella lo guió sin hablar, llevándolo por su piel como si fuera una historia escrita para él. Cada botón que se abría, cada suspiro contenido, era un capítulo nuevo. No había urgencia, solo una necesidad de explorar, de quedarse ahí, entre suspiros y temblores, aprendiendo a leerla sin necesidad de papel.

Hicieron el amor como si lo hubieran escrito muchas veces en la cabeza, pero jamás en la piel. Despacio, con pausas largas, como esos libros que uno no quiere terminar porque sabe que después de la última página, todo cambia. Se entregaron como si supieran que el cuerpo también guarda memoria, y esa noche querían dejar huellas que no se borraran al amanecer.

Cuando todo terminó, no hubo prisa por vestirse ni por hablar. Solo se miraron, todavía tibios, todavía entrelazados. Y por primera vez en mucho tiempo, ambos entendieron que hay historias que no se publican… se viven. Desnudas. Reales. Entre líneas y caricias.

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